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SI ERES AMANTE DE LA POESÍA EN ESTE LUGAR LA HALLARÁS EN TODAS LAS VERTIENTES QUE LA INSPIRACIÓN ME HA PERMITIDO.

MIS POEMAS


Poemas, del cero al infinito
                                                     
El poema es para mí, lo que la luz al día, un deseo de vivir, una suave melodía, amor que no sé decir fuera de la poesía.
                                              
EL ABUELO
Un largo camino
lleva a ser abuelo,
haciéndolo peregrtino
de rutas y senderos.
No importan desatinos,
ni si es o no señuelo,
que ese es el destino
de años en paralelo.
Al buscar compañera
ni siquiera lo entrevé,
y al que se lo dijera,
dice que bromas después.
La juventud es su bandera
de la cabeza a los pies,
y larga es la escalera,
que aún falta por ascender.
La boda ya ha pasado
y deescendencia ya tiene,
pero aún no están criados
y a su vera los retiene.
El tiempo no es su aliado
y ya canas mantiene,
los hijos se han marchado
y la historia se sucede.
El primero ha nacido,
otro vendrá después,
y se siente aturdido
de lo rápido que es.
Se pregunta compungido:
¿y ahora qué?,
los años se han sucedido
y el mismo no se lo cree.
Escucha dercir: abuelo
y le camnbia la vida,
más que con un caramelo
en su infancia perdida.
Pero lo peor llega luego,
el día de la despedida,
ellos se van a otro "cielo"
con sus velas henchidas.
Espera una llamada,
para escuchar esa voz,
tan tierna y lejana,
que le agarree el corazón.
Pero el teléfono calla,
a esperar otra ocasión,
o a que cuestión haya,
a renovar la ilusión.

HOMBRES ABURRIDOS
Dicen sentirse aburridos,
algunos hombres en soledad,
o que se hayan perdidos,
si no tienen con quién hablar,
a mí nunca me ha ocurrido,
el llegarme a desesperar,
cuántas veces he tenido,
que con ella viajar.
El hombre es dueño y señor,
de sus propios pensamientos,
y el más perfecto conocedor,
de lo que fraguan sus adentros,
por eso es superior,
para mostrar sus desaciertos,
en un tono casi burlón,
o mejor dicho picaresco.
Quizás no conozca su interior,
o es que tampoco lo intenta,
o puede ser zapatero remendón,
hasta de sus propias afrentas,
y navegue su dolor,
por las aguas turbulentas,
de la envidia o el rencor,
que malsana llama a su puerta.
El hombre que consigo no habla,
suele ser un mar de dudas,
y lo que su mente calla,
puede que dentro pudra,
a heridas que se encallan,
como viejas arboladuras,
de barcos que naufragan,
en las costas de su cordura.
Silencios de la mente,
son espasmos de la razón,
que no dejan indiferente,
al sufrido corazón,
perdido su referente,
y llevado a la elucubración,
y a vivir indignamente,
en la ignominia del error.

EL ACCIDENTE
Cómo no reaccionamos
ante tanto accidente,
y cuando lo contemplamos
seguimos indiferentes.
Al instante lo olvidamos
y conducimos tan displicentes,
sin apenas alterarnos
al ver morir la gente.
Hacemos un comentario
más o menos sincero,
como si nos diera igual
o el muerto fuera un madero.
A mí no me va a pasar
pensamos tan altaneros,
ojalá que no se haga realidad
y llores con desespero.
Eso si lo puedes contar
y no te quedan secuelas,
porque no es desvariar
decir: que inválidos muchos quedan.
No son ganas de molestar,
o que te escueza y duela,
pero son cada vez más
los muertos en la carretera.




CINCUENTA ANIVERSARIO
Cincuenta años de vida
parecen que no son nada,
de grande que es la medida
desde Dios a la nada.
Pero para una romería,
entonces la cosa cambia,
ya que la senda recorrida,
es larga muy larga.
Al haber transitado
por ella muchas personas,
que los niños del pasado
son ancianos ahora.
De los que se marcharon,
otros, recogieron su historia,
para que su excelso Santo,
los tuviera en la memoria.
Cincuenta años romeros
con el Patrón San Sebastián,
cincuenta años santabarberos,
que nadie olvidar podrá.
Nadie de este su pueblo
cualquiera que sea la edad,
hijo, padre o abuelo,
es lo mismo, que más da.
Santa Bárbara, la hermosa,
del andévalo princesa,
en la luz de tus auroras,
San Sebastián se embelesa.
Y la luna trovadora
proclama grácil doncella,
que el firmamento se enamora
cuando a ti te besa.
Que agua menudita llueve
y pronto caerán las canales,
cuando la primavera florece
por tus veredas reales.
Y la romería crece y crece,
hasta cuándo Dios sabe,
que San Sebastián lo merece
y tú, ¡eres como nadie!.


SIEMPRE CAMINAN ABRAZADOS
Dónde se van los sueños
de la tierna juventud
y tantos y tantos anhelos
que nunca vieron la luz,
tal vez con los abuelos,
que llegaron antes que tú,
al final de su desespero
y donde mora la Virtud.
Sueño e ilusión,
siempre caminan abrazados,
extravíos del corazón,
de pensamientos esclavos,
en busca de la razón,
de no haberlos divisados,
a pesar de la reiteración,
con que han sido procurados.
Conocerán la invernación
o el flujo de otras corrientes,
por el oscuro callejón,
de atajos malolientes,
huyendo del socavón,
que produce en las mentes,
la cruel desesperación,
de unas garras inocentes.
Sin que importe la edad
o la altura de miras,
aun menos la ansiedad
o si el alma suspira.
Sin alas volará,
de la candente pira,
que resulta de la necesidad,
que tanto anima.
A soñar y soñar,
y a creer en los cuentos,
que se pueden vislumbrar,
en otros estamentos,
o en la Estrella Polar,
de los firmamentos,
que magnifica su brillar,
en otros pasatiempos.


LUCES DE LA ALBORADA
Luces de la alborada
que iluminas derroteros,
de brisas malhumoradas,
por pregones romanceros,
muestras ilusionada,
coloridos refraneros,
preñados de marejadas,
por altivos y cicateros.
Fragmentas oscuridades,
de peregrinos obsoletos,
prietos de vanidades
y de tonos amarillentos,
surgidos de oquedades,
de viejos emolumentos,
encauzado manantiales,
donde anidan contubernios.
Transformando en melodías
los susurros de los vientos,
u orquestando sinfonías,
de oscuros pensamientos;
esquilmando los días,
de agoreros discernimientos,
que el éter traslucía,
con someros fundamentos.
Sufriendo dentelladas,
de incisivos lobeznos,
en lunas ensangrentadas,
ante agrios estipendios,
por nubes emborronadas,
con humos soñolientos,
en vidas aherrumbradas,
por flatulentos asedios.
Rolando perverso,
tu brillo acerado,
por un universo
tal vez contaminado;
pudiente, creso
y a la vez amanerado,
o quizás más cierto,
un poco de asustado.


EL ALFA Y LA OMEGA
La vida es una escalera
con desiguales peldaños,
sin que nadie le acierte
el número de sus tramos.
De niño, una quimera,
de mayor, un desengaño,
que casi nunca los sueños
se consiguen con los años.
Creemos cuando se es joven
que la vida es cual teatro,
con actores de leyendas
e incluso sus "payasos".
Sin pensar que la escena
plena está de fracasos,
muchas son las sutilezas
y mucho más los agravios.
Luego por esos caminos
topamos con sus guijarros,
que aun pequeños y esquivos
nos destrozan los zapatos.
Y cuando ya eres hombre
o mujer, que igual da el caso,
libas de los sinsabores
de este o aquel árbol,
sin conocer los motivos
de sus por qué o sus cuándo;
ocurriéndonos a veces,
aunque pocas lo contrario,
que la fortuna sonríe
según sea el escenario.
Al nacer la descendencia
y marcharse los ancianos,
tu alma siente la afrenta
del cercano obituario.
Pues cuando menos esperas
sin que sea por tu relajo,
la enfermedad te encarcela
con su sibilino abrazo.
Igual que te ocurrió
que los hijos se casaran,
para aumentar la familia,
preceptivo en estos casos.
Convirtiéndote en abuelo
con su pan bajo del brazo,
suele decirnos la gente
y hace tiempo comprobamos.
Retazos de la memoria
esos recuerdos lejanos,
que nunca podrás olvidar
y causa son de tus daños.
Primero decías papá,
luego, papá te llamaron,
hoy, abuelo alguna vez,
pero nunca lo deseado,
que muy duro es el querer
si el querer no es a tu lado,
y no puedes libar la miel
del panal inmaculado,
que te hace estremecer
como a otros le ha pasado.
De niño nunca se piensa
lo que hoy estás pensando,
gracias a la contingencia
que los años te han dejado:
fuerzas que no son las mismas
y si muchos los pecados,
los errores, mejor dicho
que tu vida han jalonado.
Hoy, que ya nada esperas
sientes no haber evitado,
tantas apócrifas sendas
y escritos edulcorados,
que tan solo te conllevan,
al aberrante fracaso.
Y por ello cuando mueras
tan solo dejarás algo,
una tumba y una fecha,
en algún sitio olvidado,
cubierta con una piedra,
que pudiera ser de mármol,
para guardar tus esencias
o cumplir lo escriturado,
pues no hay peor herencia
que una viña sin vallado.
Qué triste es la existencia
y cuántos los desengaños
del que se creía poeta,
no siendo más que esclavo,
de la conjetura inmensa,
que sus lodos le cuajaron,
cerrándole así puerta,
a impulsos desesperados
de conseguir una meta
que méritos no acuñaron.
La tumba aún no es abierta,
pero ya tiempo excavaron,
sólo le faltan las letras
del preclaro epitafio:
"aquí no yace un poeta,
lo hace un pobre diablo".


EL HERMOSO AMANECER
En la fría madrugada
el sol viene rompiendo,
para que su luna plateada,
presta se aleje huyendo.
Esquirlas de alborada,
surgen por el firmamento,
y de brisa perfumada,
que llega de mar adentro.
Huele a pan horneado
y a volutas de café,
el mundo ha destapado
sus auroras de satén.
El crepúsculo floreado
realiza su doquier, 
sobre un mar calmado
que refleja el amanecer.
Sombras se difuminan
y la Tierra despereza,
al día que se avecina,
con su espléndida belleza.
Tras lejanas colinas,
la luz ya reverbera,
juguetona y andarina,
despertando a la sementera.
Los rayos del sol
al rocío desvanece,
magnificando el color,
de pétalos silvestres.
Disipando su frescor,
la noche languidece,
alejándose por el estribor,
de una claridad creciente.
El rojo colorido,
ya es intensamente azul,
la oscuridad se ha perdido
en el reino de la luz.
Un rayo desprendido,
realiza su trasluz,
con el vapor surgido,
del agua en su esclavitud.


ANTE LA MUERTE
Si no fuera por el dolor,
diríamos que hay cosas curiosas,
cuando alguien va a la fosa,
nicho o panteón.
Se oyen expresiones dolorosas,
y llenas de conmiseración,
que afectan al corazón,
por una razón u otra.
Es frecuente coincidencia,
oír que todos eran buenos,
¿por qué el dolor es extremo,
o remuerde la conciencia?,
muchas veces éste es sereno,
sin gritos para la audiencia,
¿influye la concurrencia,
o cuál es su baremo?.
Es habitual escuchar:
del nicho cuál es su altura,
porque vacía una sepultura,
es difícil de encontrar,
lo preguntan con amargura,
y también por curiosidad,
pero se puede apreciar,
que con una cierta frescura.
Y del llanto qué decir,
qué decir del sufrimiento,
cuando se ve morir,
a quien llevas muy dentro,
viéndolo ante ti,
dueño de un féretro,
con piel de marfil,
y quieto muy quieto.
Si ésta es repentina,
la muerte es más dolorosa,
porque nadie se imagina,
que ocurra tal cosa,
pero ella es andarina,
cruel y maliciosa,
llenas de espinas,
agudas y ponzoñosas.
La tumba se ha cerrado,
con su cuerpo dentro,
y sobre ella ha rebotado,
un mar de lamentos,
ya está enterrado,
y es el momento,
de que empiece a ser olvidado,
lo que ahora es tormento.


SI LAS ARENAS HABLARAN
¡Ay!, si pudieran hablar,
las arenas del camino,
cuánto podrían contar,
del dolor del peregrino.
Por tener que soportar,
su llanto bajo los pinos,
o el azaroso caminar,
de su paso cansino.
Y al viento narrar,
sus plegarias silentes,
escuchando cantar,
y divertirse a la gente.
Sintiéndolo derramar,
lágrimas ardientes,
y a su rostro sudar,
con la mirada al frente.
A la lluvia empapar,
su cuerpo cansado,
sin quererse cobijar,
bajo la lona del carro.
Sus pies arrastrar,
por el suelo embarrado,
diciéndose: ¡qué más da,
si pronto habré llegado!.
O cuando rompe a cantar,
alegre y emocionado,
turbado de felicidad,
con el corazón arrebatado.
Escuchándole gritar,
vivas al Simpecado,
y al romero besar,
que lleva sobre su palo.
Cubriéndose del sol,
con pañuelo polvoriento,
del frío y del calor,
y la aridez de los vientos.
Caminando con decisión,
pero con paso ya lento,
motivado por el amor,
de la que lleva tan dentro.
No calles más arena,
cuéntanos lo que sabes,
tú que has sentido su pena,
y oído tantas salves.
Observando su cara morena,
o en rojo color de sangre,
y el palpitar de sus venas,
cuando declina la tarde.


AVATARES DE LA VIDA
Yo soy de la opinión,
que para según qué casos,
para mitigar el dolor,
no basta un pueril abrazo,
ni importa ser mayor,
o tampoco ser pequeñajo,
ni cuál la desazón,
o cuál el fracaso.
Muchas son las penas,
y diferentes sus modos,
algunas son extremas,
o con sus pequeños rotos,
hay hierbabuenas,
que amarguean un poco,
y panes de avena,
horneados poco a poco.
Hay quien llora presto,
o quien en hacerlo tarda,
y el que se muestra contento,
aunque la pena lo embarga;
hay quien hasta un caramelo,
al pobre le amarga,
y el que duerme sin sueño,
porque la noche es muy larga.
También los hay qué,
se sienten desairados,
con ese padecer,
que de súbito les ha llegado,
y llegan a creer,
que el mundo es malvado,
diciendo: y a mí por qué,
bastante ya he pasado.
Son penas de alegrías,
o alegrías dolientes,
sentimientos de agonía,
que impactan en la gente,
a lo que añadiría:
que nadie es indiferente,
a los avatares de la vida,
y más si son repelentes.


DE JOVEN A MAYOR
Albores de tierna juventud,
crisol de ingenuas aspiraciones,
donde el cielo es azul,
preñado en vanas ilusiones.
El monte asemeja tul,
y los valles hacen insinuaciones,
de caminos de infinitud
hacia otras estribaciones.
Un joven soñador
y de escasa fortuna,
veía salir el sol
riéndose de la luna.
Deseando ser mayor,
para alejarse de su cuna,
en busca de lo mejor,
sin oír palabra alguna.
Ni aceptar consejos,
de ese hombre jubilado,
arrugado y viejo,
y de sus años esclavo.
Ese canoso ancestro,
pastor de su ganado,
sin ayuda de perro
y de párpados abultados.
Aún desconocía al miedo,
tampoco había tropezado,
en ese guijarro prieto,
o en ese espino acerado.
Portaba calzón nuevo,
zapatos semigastados,
y tan joven el cuerpo,
como escaso su pasado.
Tenía que volar
igual que el ruiseñor,
que vive para enamorar
con su armonioso son.
Nunca iba a mendigar,
ni a ser un pobretón,
fortuna sabría amasar,
lejos de su cascarón.
Con un hatillo de ropa,
se marchó un buen día
y unas ansias locas,
de triunfar en la vida.
Atrás no dejaba gran cosa,
eso al menos se decía,
sólo padres, acaso novia,
y de amigos carecía.
Por las afueras de su ciudad,
dos carriles de hierro,
se perdían en la inmensidad
de sus alborotados sueños.
Por ellos inició su caminar,
cargado de escaso dinero,
sin precisar algo más,
que voluntad y empeño.
Al despuntar nuevo día
y tras escueta carta,
se perdió en la lejanía,
llevando al hombro su reata.
De nadie se despedía,
la puerta dejó entornada,
sin lágrima furtiva,
que corriese por su cara.
Con un trozo de pan,
y agujereados bolsillos,
empezó a cambiar,
a hombre el chiquillo.
Un paso, otro más,
en los ojos fuerte brillo,
pero sin mirar,
hacia atrás con el rabillo.
La vía del ferrocarril
su única compañera,
en un día de Abril
y hermosa primavera.
No sabía a dónde ir,
tampoco falta le hiciera,
ya llegaría allí,
a ese lugar cualquiera.
Clareaba la aurora,
allá por la lejanía,
tan límpida y fascinadora,
que incrementaba su fantasía.
Una brisa revoltosa,
a su cabello revolvía,
y con sonrisa evocadora,
sus labios entreabría.
Expectación y felicidad
expresaba su semblante,
hasta se puso a silbar,
sin acuciarle el hambre.
Debiéndose apartar,
al paso de un tren fulgurante,
que hacía retemblar,
a raíles y sus alambres.
En él clavó su mirada,
preguntándose por su destino,
mientras se alejaba
por el férreo camino.
Luego llegó la calma,
la ausencia de ruidos,
sólo escuchaba su alma,
arrullada por los trinos.
El sol comenzó a calentar,
el aire se tornó seco
y empezó a notar
un sudor molesto.
Sentóse a descansar
a la sombra de un almendro
y el olor del azahar,
veló su profundo sueño.
Al despertar,
la noche había caído
y una estrella fugaz,
le alteró los sentidos:
tendré que esperar
a vislumbrar los caminos,
no venga a tropezar
en algún lugar perdido.
Creyó escuchar
un murmullo en el viento,
sin saber explicar,
qué lo iba produciendo.
Aunque sí fue capaz,
de irlo repitiendo,
pero sin aclarar
el origen de su nacimiento:
¿Qué será la tristeza,
que al alma sobrecoge,
inundándola de pereza,
la ata y la acoge?.
¿Qué será la alegría,
que al alma arrebata,
haciendo la noche día,
la suelta y la desata?.
¿Qué será la belleza,
que el espejo refleja,
como signo de pureza,
la ama y no la deja?.
¿Qué será la fealdad,
que el cristal desprecia,
sin pensar que a la bondad,
no le importan contingencias?.
¿Qué caminos o senderos,
recorre el caminante,
con todo desespero,
por ser alguien importante?.
¿Qué será la locura,
que al alma distorsiona,
mientras ésta procura,
alejarla de su zona?.
¿Qué será la lucidez,
que a la mente condiciona,
postergando la niñez,
tranquiliza y obsesiona?.
¿Qué arroyuelo o río,
su cauce no desborda,
producto del desvarío,
o quizás de una horda?.
¿Qué será el amor,
que al dolor siempre vence,
restaurando el honor,
y al incrédulo convence?.
¿Qué arrebato o desatino,
alguna vez nos confunde,
aún sabiendo que el destino,
ni licua ni funde?.
¿Por qué nacemos a la vida,
sin conocer el origen,
como fruta prohibida,
o al menos eso dicen?.
¿Por qué la muerte se lleva,
lo mejor de la persona,
al mundo renueva
y no se detiene ni razona?.
¿Por qué hay afortunados,
según su nacimiento,
si no han sacrificado
ni siquiera un pensamiento?.
¿Por qué los hay sin fortuna
a pesar de sus esfuerzos,
sin lograr cosa alguna
que no sea cruel desprecio?.
¿Por qué la noche sigue al día,
dejándonos su oscuridad,
si el sol siempre querría,
servir a la Humanidad?.
¿Por qué la lluvia golpea,
arrasando la riqueza,
cual inflamada tea,
sin sentimientos ni pereza?.
¿Por qué si la vida es corta,
buscamos sólo el mal,
y nada nos importa
aun sabiendo que es temporal?.
¿Por qué codiciamos lo ajeno,
sin mirar nuestro interior,
sin pensar que tal vez sea bueno
o incluso superior?.
¿Por qué no tenemos compasión
del que sufre o padece,
si habrá ocasión
que tu luz también palidece?.
¿Por qué mordemos la mano
que nos desbroza el camino,
si todos somos hermanos,
y del mismo lugar partimos?.
El murmullo cesó,
la noche tornóse oscura,
y de nuevo durmió,
arrullado por la luna.
El alba lo despertó,
mojado en su frescura,
y de su rocío bebió,
despreciando la mesura.
Sus manos estaban mojadas,
tan mojadas como vacías,
reflejando su mirada,
la impotencia que sentía.
Caminaba y caminaba,
mientras su alma envejecía,
y cuenta no se daba,
que los sueños se desvanecían.
Mañana tal vez será,
mañana será diferente,
decía sin notar,
las arrugas de la frente.
Vivía para trabajar,
en pos de la corriente,
que marcaban los demás
pues era, más vulgo que gente.
Tan lejos quedaba ya
la fecha de su partida,
que apenas podía recordar,
dónde dejó su guarida.
Nunca pudo lograr,
ilusiones pretendidas,
ni supo encontrar,
a la tierra prometida.
De nuevo creyó oír,
a la brisa sobre el viento,
sin discurrir,
si brotaba de sus adentros.
No supo discernir,
aquello o esto,
pero sí sentir,
correr por sus pensamientos:
La vida nos enseña
a desvanecer ilusiones,
esas viejas componendas
que cautivan corazones.
La juventud es tremenda,
sin piedras ni tropezones,
sólo subimos la cuesta
con sanísimas intenciones.
Pero la escalera es empinada
y muchos sus peldaños,
cada vez más pronunciada 
y tú, con más años.
La vida es como una barca
a la que vientos extraños,
las velas le rasgan
con sus odios más huraños.
La orilla es difusa
cada vez más lejana,
y el mar empuja
más adentro la barca.
Olas profundas 
las redes engarzan,
y vuelve infecunda
la pesca del alma.
Arrecifes puntiagudos
hallarás al paso,
traidores y duros
e inferiores al raso.
Llegarás al último
el que ofrece el ocaso,
negro y oscuro
para darte su abrazo.
Las ansias de vivir,
el mar se las lleva,
el timón termina en pudrir
y en las olas gambetea.
Se apaga el candil,
su aceite se quema,
acabas de morir
y puede que no lo creas.
Con ojos muy abiertos,
el pobre se decía:
¡ay!, señor maestro
qué razón usted tenía.
Al darme esos consejos,
con los que pretendía,
que el niño indefenso,
no conociera el día.
De perder las ilusiones
harto de soportar,
calamidad y privaciones
tras tropezar y tropezar.
O esos negros nubarrones,
que provienen de la mar,
de la mar de sinrazones,
que ha tenido que sobrellevar.
Noches de luna clara,
apenas las ha conocido,
o amigo que limpiara
el sudor de sus sentidos.
Nadie le ofreció casa,
a un corazón dolorido,
ni le dieron importancia,
cuando quiso ser oído.
Porque el joven tallo,
era ya árbol crecido,
y más de un verano
había conocido;
mostrando los estragos,
de vientos enfurecidos,
que lo habían acosado
con impulsos desmedidos.
Ramas del tronco,
brotaron en su primavera,
que tras crecer un poco,
marcháronse de su vera;
dejándole un poso
que aún conserva,
un dolor muy hondo,
y que a nada se asemeja.
De esas ramas otras
vinieron a brotar,
no muchas, sino pocas,
pero en número desigual.
Las viejas fueron rotas,
desgajadas sin más,
al despoblarse de hojas
con el fuerte temporal.
También se llevó sus fuerzas
y las ganas de soñar,
de aquella savia inquieta
por crecer y revolotear;
lastrando sus piernas,
el peso de la edad,
por eso en la cuneta,
sentóse a descansar.
Faltándole el resuello,
aún siendo la senda llana,
pero se siente viejo
con las heridas del alma.
De nuevo el viento,
otra vez le hablara,
muy quedo, muy quedo,
para que sólo él escuchara:
Inocente criatura,
quién te ha visto y quién te ve,
queriendo alcanzar la luna,
con tu escalera de papel;
pensando que la fortuna
se puede obtener,
sin calibrar la altura
con que suele comprometer.
Se pasa por la vida
entre ayes de lamentos
y suturando heridas
que infringen los desaciertos.
A la espera de una amanecida,
de un colorido intenso,
y de una suave brisa,
que refresque los sufrimientos.
Pero no todo es dolor,
ni todo es alegría,
existe el candor
y existe la villanía;
depende si al amor
conocerlo podías
y si el corazón
en su sitio te cabía.
Amarga es la hiel
que a menudo probamos,
pero también de la miel
nosotros libamos.
Acuérdate de aquel
hombre ya anciano
que siempre ha sido fiel
al valor de sus manos.
No eres menos que él,
nadie es inferior a otro,
sólo interpreta el papel
grabado en sus lodos.
Si en Dios hay que creer
y Él está con nosotros,
no todo malo es,
pero bueno tampoco.
El tren se para en el andén,
el barco en aguas tranquilas
y cuando madura se ve,
la fruta es recogida.
A veces el oropel
nos arruina la vida,
haciéndonos beber,
de su agua corrompida.
El mundo es desigual
y la felicidad no iba ser menos,
aunque se pueda alcanzar
sin mover siquiera un dedo.
La persona que es cabal
y no codicia lo ajeno,
nunca se tendrá que reprochar,
de estos o aquellos miedos.
Una cosa es holgazanear,
otra pasarse de listo,
queriendo cambiar
lo negro a blanquísimo.
Vuelve a caminar
y aléjate del precipicio,
que no tiene puertas el mar
y todo está en su sitio.
Como si de una orden se tratara,
de nuevo tomó la senda,
con la espalda encorvada
pues se empinaba la cuesta.
Echó atrás la mirada,
sin saber a ciencia cierta,
si lo que contemplaba
merecía tenerlo en cuenta.
Allá quedaban esos años
de su pasada juventud,
cuando tenía reaños
para ir en busca de la luz.
Hoy, era casi un ermitaño,
más bien un avestruz,
que para no recibir daños
la cabeza esconde con prontitud.
Una lluvia ligera,
iba mojando el camino,
marcándose sus huellas
en el polvo de su destino.
Levantando la cabeza
observó a un chiquillo
que introducía con pereza
las manos en sus bolsillos.
Esto le resultaba familiar
y hurgó en sus recuerdos,
había visto a ese chaval
hacía muchísimo tiempo.
Y le quiso preguntar
el por qué hacía eso,
pero contuvo su declinar
para no ser quizás molesto.
Al volver una esquina,
se enfrentó a la muerte,
pero le fue esquiva
animándolo a seguir su suerte.
La enfermedad fue vencida,
quizás momentáneamente,
porque fueron tantas las espinas,
que casi lo deja inerte.
Su cabello se pobló de nieve
y su rostro de dudas,
enganchado en las redes
de una vida agria y ruda;
martilleando en su mente,
cual peonza dura,
que el mundo se desvanece
como arena en las dunas.
Ya era un ser huraño
de su pasado remoto;
ya un ser esclavo
de sus miedos y sus lodos;
ya era un viejo tacaño
a veces de buenos modos
y pronto sería ermitaño
al sentirse vacío y roto.
Y no sólo por la edad,
que todo es pasajero,
o el cercano final
de su ira y de sus miedos,
sino por dejar de soñar
al rasear el vuelo,
su ánimo voraz,
peregrino y andariego.
Pensó que momento era
de inventariar su vida,
antes de que anocheciera
arriba en la colina.
Verde eran las praderas
en el punto de su partida
y exuberante la hierba
entre corolas florecidas.
Ahora, su respiración fatigosa,
el pulso acelerado
y la mente recelosa
de un espíritu agotado.
Su noche más procelosa
aún no había llegado,
ni con su negra rosa,
había sido aprisionado.
De esta forma pensaba,
en un vano intento,
de que sus fuerzas recuperaran
esos perdidos tiempos.
Si la mar es salada
y azul el firmamento,
su vida estaba concatenada
al dolor y al sufrimiento.
Y se dijo: cuánto me gustaría,
volver de nuevo allí,
a donde solía
corretear y vivir.
¿Me reconocerían?.
Y si no fuera así,
al menos no perdería
lo que en su día ya perdí.
Con una tierna rama
se fabricó un bastón
y para apuntalar el alma
sus zapatos remendó.
Las piernas le temblaban
y su corazón palpitó,
de forma apresurada,
tal vez por la emoción.
Hermosa era la mañana,
radiante el sol
y la flor germinada
esparcía grato olor.
A hombros llevaba
su mochila o zurrón,
con los que bajaba
escalón tras escalón.
Sin hallar la barandilla
que protegiese su bajada;
sin encontrar la manecilla
de esa puerta cerrada,
o la oscura escotilla
que a la luz encerraba,
en la lejana orilla
que apenas vislumbraba.
Sus huellas ya no eran presas
de polvorientos caminos
y el agua fresca
no calmaba su sed de peregrino.
Recolectada la cosecha
el barbecho es amarillo
y la senda descubierta
de aspas de molinos.
La lluvia era seca,
la flor marchita,
calurosa la estepa
y la luz mortecina.
La dura piedra
se tornó agua cristalina
y la brava fiera
adormecióse tranquila.
Calculó la distancia
que había recorrido,
calmando sus ansias
y esfuerzos desmedidos.
Como sin darle importancia
rasgó sus vestidos
y cuando menos lo esperaba
quedóse dormido.
Entonces contempló a su alma,
fluctuando por el olvido,
joven y sin escarcha
y sin hielos prendidos.
Como botella descorchada,
se expandieron sus fluidos,
aromatizándose la sala
de sus viejos descosidos.
Pero ya no le importaba:
qué le había sucedido,
ni por dónde vagaba,
o a dónde había ido.
Se desnaturalizaba,
su cuerpo estaba caído,
e igual le daba,
pues había comprendido.
Que la muerte se lo llevaba,
del mundo en que había vivido,
y corría por la nada,
con su blanco vestido.
En la ruta divisaba,
su rastro perdido,
que otros ya pisaban,
sin haberlo conocido.
Una tumba, unas letras,
fueron su heredad,
unas flores resecas
y mucha, mucha soledad.
Ahora es plana la cuesta,
ya no ruge el vendaval,
sólo un nombre y una fecha,
escritos en algún lugar.